Comentario
Como balance habría que señalar que, con la excepción del problema irlandés, el Reino Unido había triunfado en la tarea de adaptar sus instituciones a la nueva situación de una sociedad transformada por la industrialización, en la que predominaban las ideas liberales e igualitarias. El temor de los años cuarenta, con su recelo permanente de un estallido revolucionario, había quedado atrás. La prosperidad económica había apartado a las masas de la revolución, mientras que el inicio de las corrientes migratorias había servido para atenuar los conflictos sociales. El régimen político había acentuado su carácter parlamentario, convirtiendo a la Cámara de los Comunes en verdadero centro de la vida política. Por otra parte, la Monarquía había conseguido superar el descrédito que había sufrido durante los reinados de los últimos monarcas hannoverianos y, aunque el enclaustramiento de Victoria a raíz de su viudedad estuvo a punto de enajenarle las simpatías populares, la prosperidad económica y los avances coloniales contribuirían a una clara recuperación del prestigio de la Corona, que se demostraría en las conmemoraciones de finales de siglo. Aunque los signos de debilidad podían ser apreciados para quienes quisieran hacer una inspección detallada, el Reino Unido aparecía, al iniciarse el último tercio de siglo, como un verdadero gigante económico y político.